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CARTA A MI QUERIDA MAMA

Central Venezuela, mayo 8 de 1966

Sra. Adolfina Pino
Laguna de Piedra
Viñales, Pinar del Río

Querida mamá:

Hoy es día de las madres y yo no tengo con qué obsequiarte en este día; ni aun me es posible ir a tu lado y darte un beso. No puedo ir, porque una impetuosa corriente de aguas turbias quiere penetrarme, y para ello, arrancándome del lado de mis seres queridos, me ha llevado muy lejos, a un recodo, junto con otras cosas que la corriente quiso arrastrar.
Yo no sé si de aquí podré salir algún día; por eso te escribo desde aquí. Fácil me sería salir de este rincón si me entregara a la voluntad de la corriente, si me dejara llevar por ella, tragando de sus aguas y siguiéndole en su afán de inundar todos los campos. Fácil me sería salir de esa manera, pero ¿cómo transitar por un río tortuoso, teniendo yo un camino tan recto que seguir? ¿Cómo tragar aguas revueltas, que contaminarían mi ser, ya purificado con el Agua de Vida? El Señor puede sacarme de aquí con mano fuerte; El puede aun secar esta corriente, pero si no lo hiciera, aquí prefiero sucumbir antes que ver mi depósito de aguas cristalinas ocupado por las otras.
Quizás esta carta te haga llorar, pero no debes sentirte triste, pues yo no lo estoy. No me aflijo porque sé que sin cruz no hay corona, y ahora que se hace más pesada la cruz, veo mi corona más de cerca.
Precisamente, en estos días se cumplieron ocho años de aquellos días de abril cuando eché mano a la cruz. Me recuerdo que tú no querías que yo la tomara; recuerdo tus súplicas por hacerme desistir. Aunque nunca me enseñaste las lágrimas, sé que mucho lloraste por mí; en mí habías puesto tu esperanza y ahora la veías esfumarse sin comprender porqué. Papá también se opuso, casi toda la familia, y aunque yo aparentaba indiferencia, mucho me dolía provocarles tal sufrimiento. Recuerdo que Nena tenía los niños enfermos, el esposo huyendo, y yo con mi renuncia ponía en peligro sus ingresos. No olvido las palabras de Aida Calvo pidiéndome que hiciera «el primer sacrificio».
No era necesario que me hubiesen recordado el deber hacia mis padres y abuelos; presente lo tenía y gustoso les hubiera servido de sostén toda la vejez, pero había llegado a mi vida la hora de cumplir con un deber mucho más sagrado y a ello no me podía resistir. Era la voz de Dios que me llamaba a su servicio.
Ocho años han pasado y no he dejado de quererles. Poco he hecho por ustedes, pero mucho hace Aquel que me llamó. Ustedes me necesitaban, pero más aquellos a quienes soy enviado.
Es verdad que me han llegado los momentos duros que tú me querías evitar, pero no me han tomado por sorpresa, porque ya los esperaba, y creo que más duros habrán de venir. Aunque quiera la corriente, no puedo volverme atrás; eso sería cobardía ante el sufrimiento futuro. Eso sería, además, pisotear el sufrimiento ya pasado.
No me asustan las pruebas, porque frente a ellas siento la protección de Dios. A veces he pasado por situaciones que otros no podrían soportar, y yo me admiro de como casi no las he sentido. Además, todo no son pruebas; si tú pudieras sentir el poder de Dios predicando, haciendo una sanidad, o en oración; si supieras cuanta gloria se siente al recibir un mensaje; si comprendieras, aunque fuera, el gozo de vivir en comunión con Dios: podrías entonces comprender también lo pequeñas que resultan las pruebas en comparación.
Por mí mismo no me preocupo; siendo en el Señor, me es lo mismo vivir que morir. En cuanto a mis hijas y esposa, tengo confianza en Dios que estaremos juntos donde no habrá ya más separación. Si algo me duele es saber la condición perdida de otros a quienes amo, especialmente tú. No me conformo a saberte lejos de Dios, indiferente a la vida eterna. Todavía, si te viera feliz en la tierra, rodeada de bienes y comodidades, diría que tuviste tu recompensa en este mundo, pero sé que has sufrido y que sufres aún. Te veo rodeada de trabajos, sin que puedas descansar ni aun en tus hijos.
¡Madre! Yo quisiera hacer algo por ti. ¿Qué más podría hacer que señalarte los brazos abiertos del Señor diciéndote, «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas.»?
Si te viera extender los brazos al Señor y cerrar feliz ese abrazo, entonces completarías mi gozo en la vida, en la muerte, y hasta en la resurrección, si allí se pudiera aumentar.
Esta carta es mi regalo de este día. Consérvala como un recuerdo; quiero leerla contigo en el futuro y que cuando yo muera otros la puedan leer. Lleve ésta para ti y para mis hermanos el abrazo que no puedo darles personalmente.

Tu hijo,

Buenaventura Luis